Siente sus presencias, pero teme mirar hacia atrás, no quiere aceptar lo que intuye, así que opta por seguir andando, apresurar un poco el paso, pero actuar con naturalidad.
Joaquín Costa va terminando delante suyo, sigue andando con firmeza, un paso propio de alguien que ha dejado al azar su vida por unos ideales, propio de alguien con mucha valentía.
Un fuerte golpe.
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Son las cinco, la sala está húmeda, tiene la sensación que el frío se cuela entre las heridas de su cuerpo. Está cansada, no puede ni levantarse. Estirada en el suelo, se abraza. Tal vez en un acto de desesperación, para no sentirse sola, para darse calor, para sentir que todo lo que ha hecho mereció la pena.
Vuelven, ya conoce los ruidos, se están acercando. Por última vez se repite que no va a dar ningún nombre, no hablará.
Primero la cara con unos golpes secos, le piden nombres. Más golpes, ahora ya son por todo el cuerpo. Sigue sin hablar. La desnudan, ahora más que nunca siente la necesidad de abrir la boca llena ya de sangre, recuerda a todos sus compañeros, no va a hablar. No puede soportarlo más, no sabe ni lo que le hacen. Le piden que hable por última vez.
Lo niega.
Sólo la familia ha podido ir a desearle el eterno adiós.
Los compañeros se despiden de ella en la intimidad, algunos escondidos en las montañas, otros encerrados en pisos clandestinos, pero todos la recordarán por su valentía, por sus ganas de luchar, por los cambios que consiguió, y por esa sonrisa, que hasta el ultimo momento, con el último golpe permaneció en su pálida cara.
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