Andaba despacio. No quería llegar a ningún sitio. No estaba cómoda en ningún lugar. Solo quería perderse por la ciudad, coger la calle que le dijesen sus pies, sin pensar donde iba a llevarle. Como la vida misma, un montón de caminos entrecruzados por los que no sabia como moverse. Un montón de calles con una única salida ,la huida. Podría tardar más o menos en encontrarla, pero tarde o temprano lograría huir.
Andó hasta que al otro lado de la calle percibió esa brisa que tanto le gustaba. Andó hasta que logró ver el mar. Pasó la tarde sentada en la playa. Pintando y escribiendo. No es lo que acostumbra a hacer la gente normal. Pero ella no era normal. Le gustaba ser distinta, pero se le estaba yendo todo de las manos. Durante un tiempo había logrado encontrar un equilibrio, había logrado protegerse de todo. Y ahora no podía hacer nada mientras veía como se le iba. Como se le iba el corazón con ese revuelo mar. Como las calles de la Barceloneta, cuyo único destino es tan solo mezclarse con el mar para que nadie jamás descubra los secretos que esconden.
Creía que iba a ser una tarde cualquiera, una tarde como tantas otras que había pasado allí sentada. Pero ocurrió algo distinto. Alguien se sentó a su lado. Al principio no reparó en su presencia. Seguía huyendo, como siempre, ella sola. Por suerte, ese extraño hizo que hubiera merecido la pena el haber estado allí, en ese instante, en ese sitio. Hizo importante el hecho de haber estado allí, sola.
Hablaron de la vida. A veces es más fácil cuando no conoces a la persona en cuestión. Hablaron de sus deseos y anhelos. De lo que habían logrado hasta entonces, y de lo que querían conseguir en un futuro. Hablaron del pasado, algunas pinceladas del futuro, pero sobretodo del presente.
Dos extraños, sentados enfrente al mar, un mar a la vez tan suyo y tan de nadie.
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